Andrés Carmona y Antonio Fonseca, autores del libro "profesor de secundaria" |
En el aula de filosofía del IES
Hermógenes Rodríguez tenemos un interesante y sugerente encuentro con Andrés Carmona y Antonio Fonseca, autores del libro “profesor de secundaria, claves para lograr la autoridad en el aula
educando por competencias” para hablar de educación y hacerles una
entrevista que acerque a todos los lectores su visión de la educación y de
varios de los temas que se desarrollan ampliamente en libro. Los autores han
respondido generosamente el extenso cuestionario que hemos preparado los
redactores del blog. Esperamos que la entrevista sirva a los lectores para
conocer mejor a los dos profesores y les resulte sugerente para una posterior
lectura del libro.
¿Qué es para vosotros la educación?
Es un término
muy complejo que puede abordarse desde múltiples perspectivas. En el contexto
en el que nosotros nos movemos, podríamos decir que consiste en lograr que el
alumnado adquiera una serie de competencias necesarias para desenvolverse como
individuo autónomo en su sociedad de referencia.
¿Cuál es el papel de la escuela en el siglo
XXI?
De acuerdo a
lo anterior, la escuela del siglo XXI debe hacer que el alumnado adquiera esas
competencias necesarias que decíamos antes para ser autónomos en la sociedad en
la que vivimos en el siglo XXI, no en la sociedad del siglo XX ¡o incluso en la
del XIX!
¿Cuál sería el perfil de un profesor del siglo XXI?
Alguien
preparado para educar a su alumnado en esas competencias, lo que implica
dominarlas él mismo y estar formado para enseñarlas adecuadamente. Hoy en día
no basta con ser un experto en una materia, sino que hacen falta otras
capacidades, destrezas, etc., que podríamos llamar “competencias docentes”: un
saber-hacer para enseñar en el siglo XXI, y que incluye, por ejemplo, dominar
las nuevas tecnologías, saber idiomas, manejar emociones, etc.
Cuando sacasteis las oposiciones no os pidieron muchas de las
competencias que se requieren ahora, ¿Por qué tendríais que actualizaros y
saber idiomas, o manejar las nuevas tecnologías?
Porque sin eso
no se puede educar al alumnado para que sea competente en el mundo actual. Por
ejemplo, en la edad media, para poder acceder al conocimiento, tanto para
enseñarlo como para aprenderlo, era necesario saber latín, porque todo el saber
estaba escrito en latín. Hoy en día, el latín del siglo XXI es el inglés, nos
guste o no. Y ese saber ya no está en las bibliotecas tradicionales solamente,
está en internet y se accede con las nuevas tecnologías. Si entendemos que un
profesor en la edad media tenía que saber latín, es fácil comprender que uno
del siglo XXI debe saber idiomas y nuevas tecnologías.
Andrés Carmona Campo, profesor de filosofía del IES Hermógenes Rodríguez |
¿Por qué habéis decidido escribir un libro con este contenido?
Al principio
estaba dirigido al profesorado novel, al que empieza o quiere empezar en la
enseñanza. Queríamos ofrecerle consejos muy prácticos, desde la experiencia,
que no están en otros libros o cursos, para que no se llevara sorpresas ni
metiera la pata en sus primeros días. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que lo
íbamos escribiendo resultaba útil para todo el profesorado, no solo para el que
empieza, porque todos los cambios en la Educación requieren de un reciclaje o
actualización de todo el profesorado, también del más veterano.
¿Por qué lo escribisteis juntos?, ¿compartís todo el contenido del
libro?
Porque los dos
teníamos el mismo interés en escribir algo dirigido a quienes empiezan y
compartir nuestras experiencias para que fueran útiles a quienes quisieran
leerlas. Además, coincidíamos en muchas cosas. No obstante, no estamos de
acuerdo en todo, pero era más lo que teníamos en común que lo que no, por eso
decimos hacerlo entre los dos. Además, el trabajo cooperativo es otra de las
apuestas del libro, y el propio libro es un ejemplo de ello en su elaboración.
¿Es un libro para ser leído por alumnos y padres?
Principalmente,
es un libro de profesores para profesores, porque está orientado de forma muy
práctica a los docentes y su trabajo diario. No obstante, hay ideas generales
sobre la educación, el proceso de enseñanza-aprendizaje, etc., que puede ser
también útil para padres, alumnos, y cualquiera que, en general, tenga cierto
interés en la Educación.
Antonio Fonseca Morales, profesor de educación física del IES Hermógenes |
¿Es un libro de autoayuda para profesores noveles?
No. Es más,
rechazamos la literatura de autoayuda, como decimos en la introducción del
libro. Si por autoayuda entendemos que es un libro en el que el docente novel
(y el veterano) va a encontrar consejos prácticos y útiles para su trabajo
diario, sí puede serlo. Pero si por autoayuda entendemos lo que se vende bajo
esa etiqueta en las librerías, entonces no, no es un libro de autoayuda. La
literatura de autoayuda viene a decirte que cualquier cosa es posible solo con
imaginarla, ser positivo y sonreír por las mañanas, sin más que eso o si acaso
con ayuda de algún principio “mágico” o pseudocientífico, y nosotros no pensamos
eso.
¿Cada maestrillo tiene su librillo o pueden tener un libro común?
Ambas cosas
son necesarias y complementarias. Hay aspectos comunes, principios generales,
que es bueno y deseable que todo el profesorado tenga en común. Pero luego cada
docente es particular y tiene su forma concreta de personalizarlo y adaptarlo a
su forma de ser y de enseñar, y ahí lo que vale para uno no tiene que servir,
necesariamente, para otro. Pero creemos que se podría decir lo mismo casi de
cualquier disciplina científica, artística o deportiva.
Tiene su parte
de ciencia y su parte de arte, pero es que incluso la ciencia tiene su parte
artística y el arte la científica. La realidad no está compartimentalizada, no
está dividida en departamento estanco, separados unos de otros. De ahí que en
el libro apostemos por la interdisciplinariedad, porque se ajusta más y mejor a
la realidad de las cosas. El buen profesor debe tener una vocación y unas
aptitudes que podríamos decir que es con lo que “se nace”, pero también debe
aprender y desarrollar unas actitudes y habilidades que son la que “lo hacen”.
Los autores con la Concejal de Educación y el Director del IES Hermógenes Rodríguez |
¿Qué retos tiene la educación en general y los institutos en
particular?
Podemos decir
que son de dos tipos. Por un lado, adaptarse a las exigencias que nos impone la
realidad de las cosas en el siglo XXI, que ya es muy distinto del siglo XX y
eso que no ha pasado mucho tiempo. Y por otra parte, incidir también de modo
crítico y transformador en esa realidad para que pueda llegar a ser la realidad
que queremos y no solamente la que se nos impone sin más. De nuevo la
complementariedad: si queremos transformar las cosas, primero debemos
conocerlas tal cual son, aunque solo sea para cambiarlas.
¿Cómo habéis aprendido vosotros, cuáles han sido vuestros referentes,
cuáles son vuestras fuentes de inspiración?
Son muchas y
variadas. Por una parte, el ejemplo y la experiencia ajena, de compañeros de
trabajo o de otros docentes de otros centros con los que compartes inquietudes,
conocimientos, experiencias, etc. Por otro lado, lecturas y lecturas sobre
educación, pedagogía, didáctica, neurociencia, psicología, etc.
¿El libro es autobiográfico, recoge lo que vosotros hacéis en vuestras
clases?
El libro es,
en gran parte, muy personal, en el sentido de que recoge muchas de las
experiencias en clase que ponemos en práctica y que hemos visto que funcionan y
nos parecen adecuadas, igual que señalamos lo que consideramos errores y que
también hemos cometido nosotros mismos muchos de ellos. Por otra parte, tiene
también una parte de retos a lograr por nosotros mismos. Actualizarse y ponerse
al día no es algo que se haga de un día para otro, y muchas de las ideas que
decimos en el libro las estamos empezando a incorporar o las vamos
introduciendo poco a poco, experimentando con ellas en algunas clases, en
algunos cursos, probándolas, evaluándolas, aprendiendo de ellas.
¿La autoridad no es algo del pasado, de otra época, ahora no se tiene
que educar con otros principios, inteligencia emocional, empatía…?
Al revés, la
autoridad es algo muy actual, de hecho, la autoridad es algo imprescindible. Lo
que pasa es que no hay que confundirla con el autoritarismo, que es otra cosa
muy distinta y contraria a la autoridad. Es algo que nos parece tan importante
que le dedicamos el primer capítulo del libro. Por ejemplo, Mahatma Gandhi era
(y es) una autoridad, y no le faltaba manejo de las emociones, la empatía,
etc., más bien al contrario, y de ahí su autoridad.
¿Cómo consigue un profesor tener autoridad en una clase con 25 ó 30
adolescentes?
Para empezar,
creyéndosela. Si no tienes seguridad en ti mismo no puedes tener autoridad.
Pero esa seguridad procede de la autenticidad, de que verdaderamente te guste
tu trabajo y tengas vocación para lo que estás haciendo. Y nuestro trabajo
consiste en enseñarle a jóvenes que no quieren aprender y que prefieren hacer
otras cosas y que, por eso mismo, se van a rebelar y nos van a poner en apuros.
Si no piensas que tu trabajo consiste en lograr que esos jóvenes acaben
aprendiendo y disfrutando de haber aprendido, entonces falta la vocación,
fallará la seguridad y no habrá autoridad.
¿Para qué os ha servido en vuestra labor docente la formación
universitaria, qué habéis echado de menos?
La Universidad
te especializa en un área de conocimiento y te da la formación necesaria para
esa especialización. Ahora bien, una cosa es ser un experto en un tema, y otra
muy distinta saber enseñárselo a chicas y chicos de 14 o 15 años y que lo aprendan.
Tal vez eso es lo que echamos de menos. La Universidad forma a los maestros (de
Primaria), pero no a los profesores de Secundaria, de ahí que, en nuestros
tiempos por lo menos, el profesorado supiera muy bien su materia, pero le
faltaran recursos didácticos, pedagógicos, metodológicos, etc., para hacer su
trabajo. Es decir, había buenos matemáticos, buenos físicos, buenos músicos,
buenos filósofos… pero malos profesores de matemáticas, física, música o
filosofía. Malos en el sentido de poco formados para enseñar, y que tenían que
aprenderlo de forma autodidacta, por ensayo y error, sin apenas ayuda, y a
duras penas. El CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) de entonces se suponía que
enseñaba eso pero era ridículo, era un mero trámite. No sabemos si hoy día con
el Máster de Secundaria habrá cambiado lo suficiente.
¿Por qué es tan importante el primer día de clase?
Por la
importancia psicológica que tiene la primera impresión, porque genera una
imagen, expectativa o prejuicio que ya va a extenderse por inercia al resto del
curso. Lo que pase esos primeros días condiciona a todos los demás. Y luego
cambiar eso es muy difícil. De ahí que, si el primer día se hace bien, el resto
del curso funciona bastante bien igualmente. Pero si se hace mal, el resto del curso
se va a resentir.
Vivimos en una sociedad democrática y queremos educar al alumnado para
ser auténticos ciudadanos, ¿las normas deben consensuarse con el alumnado y
deben ser el resultado de acuerdos democráticos entre toda la comunidad
educativa?
En la medida
de lo posible, sí. Pero solo en esa medida. La democracia es un concepto que no
puede predicarse de cualquier cosa sin pervertir su significado. La democracia
presupone la isonomía o igualdad entre los ciudadanos: la democracia solo pueda
darse entre iguales. Pero la relación profesor-alumno (o la de padre-hijo,
adulto-menor o la de médico-paciente) no es de igualdad, en el sentido de que
no hay igualdad en conocimientos, responsabilidad, prudencia, etc. De hecho,
esa es la razón por la que no votan los menores pero sí los adultos, y no hay
un déficit democrático porque los niños no voten. Las normas básicas o
fundamentales debe ponerlas el profesorado, lo que no quita que debe
explicarlas y hacerlas comprender al alumnado, y progresivamente, dependiendo
del curso, hacerles participar en el proceso de elaboración o concreción de
esas normas. Lo que sí que no podemos hacer es engañar al alumnado, decirles
que vamos a hacer las normas entre todos y luego no aceptar resultados
“democráticos” del tipo “se puede comer en clase” o “puedo ver el whatsapp en clase” si es que votan eso
por mayoría.
¿”Los castigos” deben estar presentes en los centros educativos?, ¿”los
castigos” no son un fracaso de la educación?
Nosotros
usamos el término “castigo” en el sentido más psicológico del término, como
algo que el sujeto interpreta y experimenta como algo que es desagradable y que
le sirve para evitar la conducta que le lleva a él. En sus justos términos,
bien aplicado y bien utilizado, es útil y necesario en el aula, aunque
indeseable, pero más o menos como las multas de tráfico. Lo que no puede
suceder es que alguien pretenda basar su autoridad, el control del aula o el
buen ambiente de aprendizaje recurriendo solamente o principalmente al castigo
o al miedo al castigo. Eso sí sería un fracaso de la educación. El castigo es
necesario en su justa medida, por lo menos en el mundo real.
¿No os parece una barbaridad pedagógica que se castigue a un alumno con
copiar un texto o frases repetidas?
No. Se trata
de un castigo, sin más. Un castigo, para serlo, debe ser desagradable, si no,
no es un castigo ni cumple su función. Y perder un rato del recreo copiando un
texto es algo totalmente desagradable para un alumno, mucho más que expulsarlo
de clase (que puede ser un premio, en realidad, para el que no quiere estar en
ella). Concebido tal como nosotros lo planteamos en el libro, pensamos que
cumple su objetivo. Ahora bien, el objetivo no es castigar por castigar, sino
mucho más. La barbaridad sería pretender que solo con hacer ese tipo de
castigos ya está todo hecho.
Lo importante son los contenidos, los alumnos tienen que saber
matemáticas, lengua, física, historia…luego tienen que superar los exámenes de
la PAEG. ¿Qué es eso de educar por competencias?
Otra cosa
totalmente distinta, aunque no contraria ni excluyente de los contenidos. Las
competencias son un saber-hacer, pero como algo integrado en una unidad
inseparable, no es un saber por un sitio y un hacer por otro, no es la teoría
por una parte y la práctica por otro. Es un saber haciendo y un hacer sabiendo,
un saber que se muestra en lo que se hace y un hacer que requiere de un saber
para hacerse. En este modelo competencial, el objetivo son las competencias o
saber-hacer, y los contenidos son los medios que se utilizan para lograr ese
saber hacer, pero ellos no son el fin. No se trata de saber tal o cual
contenido en el sentido de memorizarlo y soltarlo en un examen, sino de mostrar
lo que se saber hacer con ese contenido en un contexto real o hipotético. De
ahí el gran cambio que supone en la metodología y orientación hacia los
escenarios, los proyectos, los trabajos cooperativos, etc.
¿Qué deben aprender los alumnos en el instituto para que puedan ser
ciudadanos autónomos y de pleno derecho en el siglo XXI?
Lo que
establecen las competencias básicas, competencias clave o como se las quiera
llamar, que más o menos son las mismas siempre aunque se denominen de formas
distintas en las diferentes leyes. Concretando mucho: el idioma oficial del
Estado, y el de la Comunidad Autónoma si lo tuviera; la principal lengua
extranjera, que ahora es el inglés; el dominio de las nuevas tecnologías de
forma crítica y ética; los aspectos fundamentales de las matemáticas, las
ciencias y las tecnologías, así como de la economía, las artes, los deportes y
las humanidades; además de aprender a gestionar sus emociones, tener
iniciativa, sentido crítico, etc. Dicho de otro modo: que puedan leer y
comprender las instrucciones de un electrodoméstico o las cláusulas de un
contrato laboral, que sepan calcular los intereses de una hipoteca o de un
préstamo, que puedan viajar al extranjero y comunicarse por sí mismos, que
sepan cómo buscar y encontrar empleo en el mercado laboral actual, que conozcan
qué está pasando en el mundo a través de los medios de comunicación y lo
analicen de forma crítica, que conozcan sus derechos y deberes ciudadanos y
tengan sentido de justicia y solidaridad, que valoren su propio cuerpo, su
salud, el deporte, que tengan un mínimo gusto estético y aprecien la belleza en
sus diferentes formas artísticas, musicales, literarias. En fin, que tengan los
recursos suficientes para ser ellos mismos y buscar su propia felicidad por sí
mismos.
¿No creéis que puede molestar a ciertos profesores la crítica abierta
que hacéis de la enseñanza academicista?
No. El modelo
que llamamos “academicista” (el profesor enseña con la clase magistral y el
alumno hace deberes en casa y un examen en el aula) es un modelo obsoleto en el
mundo actual y que debe ser sustituido por otros modelos más eficientes y
ajustados a las exigencias del siglo XXI. No entendemos que eso pueda ofender a
nadie. Podremos discrepar y tener opiniones distintas, pero a nadie le puede
ofender una opinión argumentada como la que creemos que exponemos en nuestro libro.
¿Qué debe cambiar el profesor para dar respuesta a las nuevas demandas
de formación del alumnado?
Principalmente
la metodología y la evaluación. La clase magistral, los deberes y el examen
tradicional deben dejar paso a las metodologías más activas por parte del
alumnado, más interdisciplinares, con nuevas tecnologías y con otras dinámicas
y formas de evaluación. Metodologías del tipo trabajo por proyectos,
cooperativos, clase invertida, uso de plataformas digitales, actividades online, y evaluación continua,
coevaluación y autoevaluación.
El mago Pol en la presentación del libro |
A los alumnos parece que cada vez les interesa menos la escuela, les
cuesta mucho mantener la concentración, necesitan estímulos continuamente y se
distraen con excesiva facilidad, ¿Cómo puede un profesor captar la atención del
alumnado?
Cambiando esas
metodologías, como decíamos antes. Levantarse a las 7:30 de la mañana, y pasar
6 horas en un aula en la que, la mayor parte del tiempo, estás sentado y
escuchando un monólogo aburrido y que no comprendes en gran medida, es algo
asfixiante o agobiante hasta para un adulto, mucho más para un niño o
adolescente. No se trata de hacer la clase divertida, de contar chistes o hacer
gracias, sino de utilizar otras metodologías que logren los mismos o más objetivos
(que el alumnado aprenda) pero que lo consiga de formas más motivadoras, amenas
y entretenidas, lo que no significa más fáciles o trabajando menos, de hecho
exigen más esfuerzo por parte del alumnado al ser mucho más activas y
participativas.
El profesor es el que sabe y los alumnos son los que van a aprender al
aula. Los alumnos deben estar callados y atender a su profesor. ¿Hay otra
manera de enseñar y de aprender?
Por supuesto,
es que lo que acabamos de decir. El profesor sabe más y el alumno menos, por
eso uno es el profesor y otro el alumno y no al revés. Pero hay muchas formas
para que quien sabe pueda enseñar a quien no sabe, y no necesariamente dando la
típica clase magistral, monótona y aburrida. Se trata de que el alumno aprenda
de la mejor forma posible, no de que el profesor demuestre a unos niños que
sabe dar una conferencia propia de la Universidad.
Los deberes son muy importantes para que los alumnos aprenden más,
cuanto más deberes hagan mejor preparado saldrá el alumnado. ¿qué opináis de la
cantidad y calidad de los deberes que tiene que hacer un alumno de secundaria?
Que son
excesivos y, en muchos casos, innecesarios o hasta contraproducentes. El
principal lugar de trabajo debe ser el aula y no la casa. Por una razón muy
simple: en el aula está el profesor para corregirte, en casa no. Por eso
apostamos por reducir la cantidad de deberes que los alumnos deben hacer en
casa. Además, los alumnos son jóvenes que deben hacer también cosas de jóvenes
y no pueden pasar todo el día alrededor del instituto, bien en clase o bien con
deberes. En este sentido, metodologías como la “clase invertida” pueden ser muy
interesantes y útiles.
Los exámenes son fundamentales para saber lo que aprenden los alumnos y
ponerles una nota objetiva, además es muy importante que se acostumbren a hacer
exámenes porque luego se lo juegan todo a un examen en la PAEG. ¿Qué opináis de
los exámenes?
Es un
instrumento de evaluación más entre otros, y en ese sentido es lo que es. El
examen es un problema cuando se plantea como el único instrumento de evaluación
o el principal. En el modelo de educación competencial, todo lo que hay que
evaluar no puede evaluarse con el examen típico. De ahí que sea necesaria
repensar también la evaluación y, al igual que hay que variar y diversificar
las metodologías, también hay que hacer lo mismo con la evaluación y los
instrumentos de evaluación, que no pueden verse reducidos al examen.
Sabemos por los medios de comunicación que hay centros que están
revolucionando su manera de enseñar y de evaluar, incorporando las nuevas
tecnologías, sin utilizar libros de textos, aprendiendo en nuevos entornos de
aprendizaje…¿creéis que es posible aplicar estas nuevas metodologías en los
centros públicos y en las condiciones organizativas que tenemos?
No. Los
centros públicos ahora mismo no están preparados para eso. Para empezar, por la
propia arquitectura de los centros y sus espacios, que están pensados para la
enseñanza “academicista”: un grupo, un aula, un profesor, una materia, una
clase magistral, un examen… Las nuevas formas de educación implican el
movimiento, la experimentación, las nuevas tecnologías, la interacción, la
cooperación, la interdisciplinariedad, etc. Para cambiar todo esto tendríamos
que empezar por “tirar las paredes”, como decimos en el libro. No obstante, que
no se pueda del todo no quiere decir que no lo podamos intentar en la medida de
las posibilidades de cada centro. Se pueden hacer muchas cosas aún con tantas
dificultades estructurales. Pero requieren de mucha coordinación y trabajo en
equipo entre el propio profesorado.
En los centros públicos hay un alumnado muy diverso en intereses,
procedencia, circunstancias socio-familiares, con esta diversidad debe ser muy
difícil poder dar clase, ¿qué puede hacer un profesor para responder a esta
diversidad y que el alumnado que tiene interés en tener una buena formación no
salga perjudicado?
La clave está
en la diversificación metodológica y en también en la evaluación. Las nuevas
metodologías docentes tienen muy en cuenta la diversidad. El enfoque
“academicista” es muy homogeneizador, está pensado para un grupo de alumnos
idénticos en el que quien es distinto queda automáticamente excluido o relegado
y estigmatizado por eso. Las nuevas metodologías están pensadas para hacerse
cargo de esa diversidad y adaptarse a los diferentes ritmos, capacidades,
intereses, etc., de cada alumno y personalizar al máximo la evaluación,
procurando lograr que cada alumno logre desarrollar al máximo posible sus
potencialidades.
Con la LOMCE el profesorado tiene que utilizar los estándares
evaluables de aprendizaje, rúbricas y otros procedimientos que sólo son una
carga de más trabajo para el profesorado pero que no mejoran la evaluación del
alumnado, ¿qué os parece esta nueva manera de evaluar?
Todo eso ya
estaba en la LOE aunque con otros nombres. Los estándares son más o menos
similares a los indicadores de la LOE. La diferencia es que la LOE los dejaba
abiertos y la LOMCE los concreta al detalle, con lo que se pierde autonomía
docente, además de que son excesivos estándares y no es realista pretender
trabajarlos todos. Pero la idea de fondo no es mala. Ambas leyes incorporan el
enfoque competencial y eso implica, en lo referente a la evaluación, tomar como
referente los criterios de evaluación y no los contenidos, y eso sí está bien.
De esta forma, es más fácil lograr que el alumnado aprenda los contenidos y
además facilita el tratamiento de la diversidad con las nuevas metodologías, ya
que al fijarnos en los criterios de evaluación, hay muchas formas de lograrlos
y no solamente mediante la explicación-examen, que acababa siendo la única
metodología y forma de evaluación en el sistema tradicional. Pero la LOMCE, al
imponer tantos criterios, obliga en la práctica a tratarlos como contenidos y a
que haya profesorado que simplemente los convierta en preguntas del examen, y
eso pervierte el enfoque competencial.
Si el alumno saca un 7 en el examen tiene un 7 en la evaluación y si
saca un 4 suspende y vuelve a hacer otro examen para que recupere, ¿evaluar y
calificar no es lo mismo?
No, claro que
no, son cosas distintas. La calificación es parte de la evaluación, pero la
evaluación no se reduce a calificar. Ni la evaluación se reduce tampoco a un
examen ni a la media de varios exámenes. Al evaluar competencias evaluamos un
saber-hacer, y eso es imposible solo con exámenes. El examen mide lo que mide,
que hay muchas más cosas que hay que evaluar con otros instrumentos de
evaluación que están disponibles para el profesorado. Además, la evaluación
únicamente mediante exámenes pervierte la idea de la evaluación continua que
implica evaluar todas las fases del proceso de enseñanza-aprendizaje, desde las
iniciales, hasta las de desarrollo y sumativa.
Cada gobierno cambia la ley, esto desorienta al profesorado que no ha terminado
de adaptarse a una ley cuando sale una nueva y teme que el próximo gobierno la
cambie, ¿qué opinión tenéis de este maremágnum legislativo?
Realmente no
ha habido tantas leyes como a veces se dice. Depende de cómo se mire. Las
principales leyes educativas han sido la Ley General de Educación de 1970, la
LOGSE de 1990 y la LOE de 2006. Las demás, o bien han sido leyes que no han
afectado a la estructura del sistema educativo como tal sino a alguna parte
(como la LOPEG) o no llegaron a aplicarse o no del todo (como la LOECE o la
LOCE). La misma LOMCE en realidad no deroga a la LOE sino que la reforma. Por
otra parte, si el mundo cambia, es lógico y deseable que también lo hagan las
leyes para adaptarse. La LGE duró 20 años, la LOGSE 16 y la LOE ha durado hasta
este curso (unos 8-10 años según se mire). En cada uno de esos periodos ha
habido cambios significativos que hacían necesario actualizar las leyes. Otra
cosa es si esas leyes en concreto fueron cada una la mejor que se podía hacer
en ese momento, en eso no entramos. Pero, desde luego, lo que no puede ser es
el inmovilismo, y seguir enseñando en el siglo XXI con leyes del siglo XX
pensadas para las necesidades del siglo XX y no del XXI.
¿Os gustaría ser alumnos de un profesor que enseña como vosotros?
No, porque
pensamos que debemos cambiar muchas cosas nosotros mismos. Todo lo que decimos
en el libro lo estamos implementando poco a poco cada uno en nuestras clases,
probando y ensayando con diferentes metodologías, etc. No obstante, el grueso
de nuestro trabajo sigue siendo el tradicional, aunque el objetivo es que en
unos años la proporción sea al revés: que lo tradicional sea la excepción y lo
nuevo la norma, pero eso es un proceso lento, de aprendizaje continuo y que
preferimos llevar poco a poco y consolidarlo que improvisar y meter la pata. Lo
que sí nos gustaría es poder decir dentro de unos años: ahora sí nos gustaría
ser alumnos de profesores como nosotros mismos.
¿Qué esperáis de vuestros lectores?
Que les guste
el libro y que les sirva en su día a día, que se animen a probar los consejos
que damos y seguir por las sendas que señalamos, que prueben y nos comenten qué
tal. Y también que nos critiquen, que nos digan lo que les gusta y lo que no,
lo que le sirve y lo que no, los aciertos que haya y también los errores para
aprender de ellos.
¿Qué tal la experiencia de poner por escrito y publicar vuestra opinión
y vuestras propuestas de muchos de los asuntos que preocupan al profesorado?
Muy buena. El
libro ha recibido muy buen aceptación por parte del profesorado, hemos recibido
buenas críticas en general, aunque todavía es pronto y hay que dejar más tiempo
para que haya más opiniones. En cierto modo teníamos ciertas dudas, porque
conforme avanzaba el libro y veíamos que transcendía el objetivo inicial de
orientarlo solo a profesores nóveles para dirigirse también al más veterano,
nos surgió la duda de si no sería prepotente, si no parecería pretencioso el
querer enseñarle algo a quienes son tus iguales, tus compañeros de trabajo.
Pero por ahora ese recelo no se ha confirmado y a la mayoría parece que le
gusta y nos felicita.
¿Por qué tendríamos que comprarnos el libro y leerlo?
Porque creemos
sinceramente que tiene buenas ideas, consejos y orientaciones que son útiles,
prácticos y que ayudan al docente en el día a día, y porque incorpora
sugerencias que pueden abrir nuevos caminos para ser recorridos por el
profesorado inquieto, que quiere mejorar su trabajo y avanzar en la calidad de
la enseñanza. Que lo hayamos conseguido o no, eso lo decidirá cada uno después
de leerlo, que era nuestra intención, eso sin duda.
¿Para cuándo el segundo libro, también escrito a cuatro manos?
Pues ideas no
nos faltan. El libro se nos quedó incompleto, en el sentido de que había muchas
cosas que se quedaron fuera o que podríamos haber profundizado mucho más en
ellas, y todo eso daría para otro libro o varios más. Pero había que parar en
algún momento y publicarlo o se nos haría eterno o demasiado extenso. De todas
formas, publicar un libro lleva mucho trabajo y todavía estamos intentando dar
a conocer este y difundirlo. Que haya otros o no, eso ya se verá.
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